◉ En voz baja
Como Cole Sear, en El sexto sentido, yo también escuchaba voces, en concreto una.
📣 Aviso de servicio público (y nostálgico)
Mañana, lunes 14 de abril a las 18:00h, tengo directo con
.Tema: 💾 Nostalgia Millennial o lo que es lo mismo: El trauma compartido de perder el Messenger, los pantalones de campana y la fe en el sistema.
🍿 Te puedes unir desde 👉🏻 AQUÍ. Vente con ganas de reír, recordar y decir "yo tenía uno igual" al menos tres veces.
El texto que viene lo escribí para un curso de escritura. Dudé si compartirlo, porque es más íntimo que enseñarle tu diario adolescente a un desconocido.
Pero me gustó cómo quedó. Y además, tiene que ver con algo que, si estás leyendo esto, seguramente te suene: esa vocecita interior que te acompaña desde siempre.
A veces te cuida. A veces te critica. A veces te salva.
En mi caso, se llama Veda. Y esta es su historia (y un poco la mía).
De pequeña tenía una voz. No una imaginaria, no una de las que se oyen en los cuentos ni en la tele. Era una voz real, dentro de mi cabeza. Y no, no era una locura, o al menos no lo parecía. Sonaba como yo, pero más clara. Más firme. Más valiente.
Me hablaba en susurros, como si supiera que debía pasar desapercibida. Me decía cosas como “ahora no llores”, “mira bien antes de hablar”, “no es culpa tuya”. A veces parecía una madre invisible. Otras, una hermana mayor. Nunca fue cruel. Más bien era una especie de conciencia, como la de Pinocho, solo que sin forma de grillo ni sombrero ridículo.
Durante mucho tiempo pensé que todo el mundo tenía una voz así. Creía que era lo normal, como respirar o tener cosquillas. Incluso le puse nombre: Veda. Veda, la verdadera. Mi parte buena, la sensata. Y también la callada. Porque si algo sabía con certeza, era que no debía contarle a nadie que la escuchaba. No porque Veda me lo dijera, sino porque… bueno, porque simplemente lo sabía. A veces, una sabe cosas sin que nadie se las diga.
Veda me ayudaba a sobrevivir al caos. Cuando mis padres discutían, ella me decía “vete al cuarto, ponte los cascos, escribe o dibuja algo bonito”. Cuando en el cole me miraban raro por no hablar mucho, Veda susurraba: “no hace falta que encajes, sólo que resistas”.
Pero también podía ser muy severa. Con los estudios, por ejemplo, tenía una exigencia cruel. Me decía que no iba a llegar lejos, que no podía permitirme bajar la guardia, que si no era perfecta, nadie me tomaría en serio. En el amor, era todavía peor. Me hacía pensar que no merecía a mis novios, que algo en mí estaba defectuoso, que si me querían era por error y en cualquier momento se darían cuenta.
Durante años funcionó. Yo vivía, ella me guiaba. Pero al crecer, empecé a notar algo extraño: Veda no siempre tenía razón.
Una vez, me dijo que no aceptara una invitación de cumpleaños porque esa chica “no era de fiar”. Fui igual, y lo pasé genial. Otra vez me insistió en que no contara un secreto que me estaba quemando por dentro, y cuando por fin lo dije, sentí que me quitaban un peso que no sabía que cargaba.
Empecé a desconfiar de ella. No porque me quisiera mal, sino porque me estaba haciendo pequeña. Me protegía tanto que me impedía vivir. Como una madre que abriga tanto a su hija que no la deja moverse.
Así que empecé a ignorarla.
La primera vez que lo hice fue en segundo de instituto. Tenía que exponer un trabajo delante de la clase —me temblaban hasta las pestañas— y Veda me dijo: “mejor di que estás enferma, vuelve a casa, no pasa nada”. Pero no la escuché. Me tragué el miedo y hablé. Sudé como si estuviera en una sauna, pero lo hice. Fue horrible y liberador a la vez.
Después vinieron más silencios. Veda me hablaba y yo hacía como que no la oía. Me sentía culpable, como si estuviera traicionando a una amiga. Pero también sentía algo nuevo: espacio. Como si al callarla un poco, me oyera más a mí misma.
Durante un tiempo pensé que Veda se había ido. Que se había dado por vencida. Y me dio pena. Porque en el fondo, la quería. Era parte de mí. A mi manera, la echaba de menos.
Hasta que hace poco volvió. No como antes, no con la voz firme y decidida, sino con una especie de eco. Como una vieja canción que suena de fondo en un bar. Volvió cuando tuve que tomar una decisión importante sobre mi trabajo. Estaba sentada frente al ordenador, intentando convencerme de que lo que hacía “estaba bien”, que “no era el momento de cambiar”. Y entonces la oí, bajito, casi como un pensamiento que se cruza sin permiso: “¿Estás segura de que esto es lo que quieres?”. Veda no solía hacer preguntas. Y menos de ese tipo.
Me reí. En voz alta. No sé si por alivio o por sorpresa.
Desde entonces, no la oigo siempre. Pero cuando aparece, no me impone nada. Más bien parece que viene a charlar un rato. Como si ahora fuéramos socias. Yo con mis dudas y ella con sus frases prudentes.
A veces pienso que Veda no era una voz externa. Que siempre fui yo, buscando un modo de cuidarme en medio del ruido. Que cuando no había quien me dijera que todo iba a ir bien, me inventé una voz que lo hiciera.
Quizás todas nos inventamos voces para sobrevivir. Algunas suenan como nuestras madres, otras como maestras, otras como hermanas que nunca tuvimos. Lo importante no es si están o no, sino si sabemos cuándo escuchar y cuándo decidir por nuestra cuenta.
Yo sigo tomando decisiones. Algunas me salen bien. Otras, regular. A veces Veda asiente desde el fondo. Otras, se queda callada. No me molesta. Me basta con saber que sigue ahí.
Aunque sea en silencio.
No sé si tú también tienes una Veda.
Seguramente se llama distinto o a lo mejor no le pusiste nombre, pero la conoces bien. No es como María Antonieta, es diferente. A veces tiene razón. Otras veces, solo tiene miedo.
Lo bonito es aprender cuándo escucharla… y cuándo soltarle suavemente la mano y seguir caminando sola.
📚 ¿Qué estoy leyendo?
Este abril me pilló con varios libros entre manos:
Clavícula (Marta Sanz, Ed. Anagrama) Lo leí para el curso de escritura que estoy haciendo. He tomado unas cuantas notas porque me pareció un libro-protesta sobre esos dolores “invisibles” que sufrimos las mujeres. Esos que, al no dejar herida, sangre ni moratón, nos hacen pensar que estamos locas o sentimos culpa.
¡Mártir! (Kaveh Akbar, Ed. Blackie Books) Llevo poquitas páginas, pero intuyo que me va a gustar. Iré informando.
La plenitud de la señorita Brodie (Muriel Spark, Ed. Blackie Books) Lo leo para
.Podrías hacer de esto algo bonito (Maggie Smith, Ed. Libros del Asteroide) Estoy subrayando todo el libro 😅.
Todos, excepto el primero, los leo para los clubes de lectura donde participo. Me encantan los clubes, pero reconozco que no me dejan tiempo para esos libros que yo elegiría y que me esperan pacientes en la estantería. Tendré que hacer alguna renuncia pronto, creo…
✨ ¡Por cierto! El lunes pasado, en el directo de los lunes,
y yo, hablamos sobre Clubes de lectura. Si aún no lo has visto, te dejo aquí un avance:📸 En Notes
Hace unos días recordé a Scott Schuman —The Sartorialist—. Pionero del famoso #streetstyle, convirtió la calle en una pasarela mucho antes de que Instagram nos agotara con tanto filtro.
🎞️ ¿Qué estoy viendo?
Ya sé que tiene más de 10 años, pero The Newsroom se cruzó hace poco en mi vida y ¡me ha gustado taaaanto! Ayer terminé los dos últimos capítulos y ahora me siento un poco huérfana.
Si te va el mundo del periodismo, lo que pasa en una redacción, lo que hay detrás de un informativo… y si además te gusta Aaron Sorkin: te la recomiendo muy mucho.
🫣 Cosas de adolescentes…
Si tienes un adolescente en casa y te desespera que pase tantas horas encerrado en su cuarto… mira lo que dice este chico. Es muy probable que, como madre o padre, estés haciendo justo esto.
🤳🏻 Me representa, Your Honor
Me he reído con este reel sobre el look que llevas al gym según si eres Millennial o Gen Z. Me lo ha clavado: 🙋🏼♀️ “t-shirt de supervivencia de su esposo”.
📻 Mi canción buen rollo del momento
Sí, puede que estés un poco harta de oírla, pero a mí me levanta el ánimo. Sobre todo si veo el vídeo del anuncio con Pedro Pascal bailándola. Es que no puedo no sonreír.
Feliz semana, con cariño,
¿Me invitas? ☕️ 🥐 Por si aún no lo sabes, me gusta escribir estas cartas con un café con leche y a veces con un delicioso croissant de mantequilla, así que si quieres contribuir a financiar mi próximo desayuno, te estaré eternamente agradecida.
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Un placer leerte
Un gusto volver a leerte, y más algo tan personal como Veda.
Me encantó vuestro directo, pero desafortunadamente, no he podido unirme más porque me pillan trabajando.
Un abrazo y a disfrutar hoy :)